jueves, 16 de agosto de 2007

Capítulo II: Momento de defunción

Sus ojos eran rojos, rojos a simple vista.

Decía que tenía algún tipo de condición; sí, él estaba condicionado a su propia muerte. Su boca tenía olor a fruta podrida y el enganche de sus dientes falsos se podía ver por las esquinas de sus labios. Mami lo excusaba con que era amor. Mentira, siempre.

Estaba atrapada en un juego que no había consentido. Pronto era él quien me llevaba a la escuela, él quien me cuidaba en las tardes, quien me exigía faldas sin pantalones, “conversaciones” largas, cosquillas a la fuerza, secretos, susurros.

¿A quién le iba a decir que en las noches llegaba un cobarde a ocultarse entre mis piernas?

Mi madre estaba enamorada, ciega.

Mi abuela estaba contenta de que su cría no resultara “jamona”, solterona y libertina, sino esclava ordinaria de un hombre, un sólo hombre, como debía ser.

Tantas veces me escapé, nunca me siguió el cuerpo. Ahí me di cuenta de que no existía.

No había forma de saber el momento exacto de su muerte.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Alondra Girondo tengo que confesarte que me he enamorao' de tu blog. Tus escritos tienen una especie de poderío simpaticón que hace tiempo no veía por aquí. Te seguiré visitando.


-saludos

Christian Ibarra dijo...

pienso lo mismo que piensa el simpaticon de arriba.

Anónimo dijo...

alondra girondo, nieta de oliverio, me importa un pito que las mujeres tengan las tetas como crisantemos o galletitas oreo. pero lo que no puedo perdonarles es que no sepan volar en primera clase. o algo asi.

Unknown dijo...

escribe mas, coño