lunes, 13 de agosto de 2007

Capítulo I, parte 2: Caminar

A los niños que no les prestan mucha atención, resuelven en caminar más temprano que otros.

Hacerlo me daba cierta libertad. Me orinaba en el piso de la sala a ver si alguien se daba cuenta. Me restregaba los mocos en la ropa de mis padres. Les pinté los zapatos con crayón. En múltiples ocasiones usé el maquillaje de mi madre para ponérmelo en todo el cuerpo. Me bañé con pudín y otros alimentos que encontraba en la nevera y nada, era como si no existiese.

Mi padre intentó vivir con mami luego que nací; duró unos tres meses, más tarde se fue con otra mujer ( y otra, y otra). A mami nunca le conmovió su partida, ni una sola vez la vi compungida, quizás todo lo contrario. Ella empezó a dejarme en casa de abuela mientras “salía a trabajar”.
Allí me enfermé de unas rabietas que no me quitaba nadie.
Aprendí a ser resentida, a no confiar, aprendí a odiar a mi madre con la misma intensidad con la que abrí gatos con cuchillos de cocina sin derramar ni una gota de sangre en el piso.
El silencio me enseñó a comer del árbol de mango con gusanos, a ponerle cucarachas en la sopa a mi abuela. Ella luego me enseñó a recibir golpes con el placer de caricias y a provocarle infartos a mi abuelo.
Mami siempre llegaba del trabajo con olor a humo y alcohol. Tambaleante y llorosa, me culpaba de la miseria del mundo, me golpeaba con su mano pequeña e inestable hasta quedarse dormida.

No comencé a hablar hasta los 7 años,
mi primera maestra me preguntó el nombre.

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